viernes, 21 de septiembre de 2007

EL ENEMIGO OCULTO


LA TUBERCULOSIS
Dr. César Alvarez Pacheco / cesar_ap@hotmail.com

La historia de la tuberculosis (TB) es un tema apasionante; en pocas enfermedades es posible documentar su estrecha relación con la historia de la propia humanidad como la que hoy nos ocupa. Actualmente existen evidencias paleológicas de tuberculosis vertebral en restos neolíticos precolombinos, así como en momias egipcias que datan aproximadamente del año 2400 a.c. En el viejo mundo, se convirtió en un problema grave en el momento en que el hacinamiento en los medios urbanos asociado con la Revolución Industrial generó circunstancias epidemiológicas que favorecieron su propagación. En los siglos XVII y XVIII la TB fue responsable de una cuarta parte de todas las muertes en adultos que se produjeron en el continente europeo; así pues, la palabra tuberculosis ha sido uno de los grandes «tabúes» en la historia de la cultura occidental. El médico inglés Benjamín Martenl en su obra «A New Theory of The Comsumption» fue el primero en aventurar que la causa de la tuberculosis podría ser una «diminuta criatura viviente», que una vez en el organismo podía generar los signos y síntomas de la enfermedad. Sin embargo, fue Robert Koch, en 1882, al utilizar una nueva técnica de tinción, el primero que por fin pudo ver al «enemigo oculto». Ciertamente, la enfermedad temprana puede ser asintomática, pero cuando la población bacilar es significativa se va a producir una reacción sistémica, con síntomas inespecíficos como fiebre (primordialmente vespertina), escalofríos, astenia, pérdida de apetito, disminución de peso y sudación nocturna que, característicamente, afecta más a la parte superior del cuerpo. Menos frecuente, pero posible, es la presentación como un síndrome pseudogripal, con fiebre aguda y escalofríos y el enfermo no consulta hasta que los síntomas no se resuelven como sería de esperar. Con el conocimiento del agente causante y el mecanismo de transmisión proliferó la aparición de los famosos sanatorios con los que se buscaba, por un lado, aislar a los enfermos de la población general, interrumpiendo la cadena de transmisión de la enfermedad debido a su contagiosidad, y por otro ayudar al proceso de curación con la buena alimentación y el reposo. En 1944, en plena II Guerra Mundial, con la demostración de la eficacia de la estreptomicina, comienza la era moderna de la tuberculosis, en la que el curso de la enfermedad podía ser cambiado. Posteriormente, en 1952 tiene lugar el desarrollo de un agente mucho más eficaz: la isoniacida; esto hizo que la tuberculosis se convierta en una enfermedad curable en la mayoría de los casos y para fortuna de la humanidad. Se produjo un descenso progresivo de casos de enfermos hasta mediados de los 80’s, en los que la irrupción del sida, la inmigración desde países en los que la enfermedad es muy prevalente (no hay que olvidar que la TB es un problema global de difícil solución), la formación de bolsas de pobreza y situaciones de hacinamiento, el impacto en los adictos a drogas por vía parenteral, junto con la escasez de recursos sanitarios, han hecho de la TB un problema creciente, con la adquisición y propagación epidémica de nuevos casos. Todo ello ha llevado a una adherencia deficiente de los enfermos a los tratamientos, con la aparición y diseminación de cepas resistentes a los medicamentos; por lo que se convierte en una pesadilla para el sector salud y para los pacientes mismos. Parece que el futuro pasa por el desarrollo de nuevos fármacos pero, sobre todo y principalmente, por aumentar fondos para programas de control, como el llamado TAES (tratamiento acortado estrictamente supervisado), en el que el paciente tiene que tomar el medicamento frente al mismo médico para cerciorarse de un adecuado uso del fármaco y un tratamiento integral. La tuberculosis supone un auténtico problema de salud pública, tanto a nivel nacional como a nivel mundial, por lo que quizá merezca la pena detenerse a analizar su situación epidemiológica actual, tan importante para comprender correctamente esta enfermedad en su globalidad. Debido a su prevalencia no dejan de sorprender las cifras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) publica en relación a la situación de la tuberculosis en el mundo: «Aproximadamente un tercio de la población mundial está infectado por Mycobacterium tuberculosis»; por lo que resulta alarmante y preocupante no sólo a nivel nacional sino a nivel mundial. En un mundo en el que los movimientos de población son cada vez más frecuentes, rápidos y masivos, debemos ser conscientes de que lo que ocurra en cualquier parte del planeta repercutirá en nuestro entorno. Aunque sólo sea por esta visión egoísta (que no debería ser necesaria), hace de la tuberculosis un tema prioritario a nivel educacional, político y social. A nivel nacional se estima que alrededor del 30 por ciento de la población se encuentra infectada por Mycobacterium tuberculosis, es decir, presenta un PPD positivo; esta es una prueba clínica para comprobar si hemos estado en contacto con el agente causal de la enfermedad y también puede mostrar infección activa. Se dice que más del 90% de los mexicanos ha estado en contacto con el agente alguna vez en su vida y, aproximadamente, el 40% tuvo una primo infección, la cual remitió de manera espontánea sin ocasionar problemas y de manera desapercibida. El número de casos de tuberculosis entre los pacientes infectados por el VIH o con sida es muy variable de un país a otro, reflejando la prevalencia de la infección en la población general. En España, aproximadamente la mitad de los pacientes con infección por el VIH padecen tuberculosis a lo largo de su vida; España tiene actualmente la tasa de co-infección VIH- tuberculosis más elevada del mundo. Por ello, se le ha denominado como «la doble epidemia». En definitiva, realizando un buen diagnóstico y un tratamiento farma-cológico oportuno y correcto, debemos aspirar en nuestro medio a alcanzar una curación de la tuberculosis en más del 90% de los casos, cosa que no se consigue en la actualidad por deficiencias en el seguimiento. El futuro de esta enfermedad pasa por la consecución de nuevos fármacos y regímenes más cortos, pero también por la utilización racional de los que disponemos hoy en día para evitar la emergencia y diseminación de resistencias, indudablemente, y desde el punto de vista epidemiológico, un enorme esfuerzo es necesario a nivel local y mundial para el control de una enfermedad que dista mucho de estarlo.

No hay comentarios: